Cada vez es más difícil escuchar una buena entrevista. Creo que todo comenzó con Manuel Fuentes, cuando pensó que el telespectador no podía soportar una tanda de preguntas y respuestas de más de tres minutos. Recuerdo con especial rabia la entrevista a Amenábar: debió ser la primera vez que el director tenía ganas de hablar, pero nada, lo importante era que presenciara actuaciones de terceros.
Desde entonces la interrupción constante a los entrevistados se ha hecho norma, cuando no se les obliga a participar en pruebas de lo más peregrinas.
Afortunadamente, todavía quedan periodistas capaces de callar y dejar que habla el que realmente importa: el invitado. Es lo que hacía el loco de la colina en su programa de tv1, y debía ser por ello que los entrevistados revelaban mucho más de lo que realmente querían. Como le dijo el economista Estapé al periodista Antoni Bassas: "el seu silenci, Sr. Bassas, això és el perillós".
3.17.2008
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